En torno a las aportaciones de Batalloso sobre los trabajos de Paco Cueva y Paco Barco.
Sin consulta previa, quizás deberíamos debatir si se introducen artículos de otros medios, os bajo una editorail de la Revistas Académica POLIS, editada en Chile cuya Web es:
http://www.revistapolis.cl/Creo que, ya que se hace referencia a otros trabajos de compañeros, deberíamos incluírlos.
En cuanto a lo que aporta nuestro querido Batalloso a mi trabajo sobre individuación, espero seguir el debate con la riqueza que él ha aportado, baste, entretanto, lo que sigue que es de Antonio Elizalde, director de la Revista y de la Universidad Bolivariana de Santiago de Chile.
Sigue el artículo:
Prólogo
http://www.revistapolis.cl/Equipo Editorial
En su notable Historia del siglo XX, Hosbawm muestra que éste fue una era de terribles acontecimientos: guerras mundiales y regionales, revoluciones, totalitarismos, dictaduras, hambrunas, deportaciones, migraciones masivas, crisis económicas y sociales. En ese sentido, éste ha sido (es) “el tiempo del desprecio”, según Malraux. Hubo, sin embargo tres décadas armónicas, desde fines de la Segunda guerra a mediados de los setenta, que correspondieron al gran desarrollo del Estado de Bienestar en Europa y Estados Unidos, y del populismo en América Latina. Fue un breve período de alto y sostenido crecimiento económico, de mejoramiento del bienestar y del desarrollo humano en la mayorías de los países, de ampliación de derechos, de conquista de libertades colectivas y grupales, e independencia de muchos pueblos; “la época de oro del capitalismo” como la denomina el mismo historiador. Desde entonces y hasta el presente, hemos entrado en una nueva crisis de larga duración, la segunda gran crisis de la modernidad, según Peter Wagner. Dos citas, contenidas en el libro de Hosbawm, sintetizan la experiencia vivida en nuestro tiempo, así como la vigencia de la obstinada esperanza. El músico Yehudi Menuhin dice que: “si tuviera que resumir el siglo XX, diría que despertó las mayores esperanzas que nunca haya concebido la humanidad y destruyó todas las ilusiones e ideales”. Por su parte, el historiador italiano Leo Valían, que pareciera estar comentando lo anterior, escribe: “nuestro siglo demuestra que el triunfo de los ideales de justicia y de la libertad siempre es efímero, pero también que si conseguimos preservar la libertad, siempre es posible comenzar de nuevo… Es necesario conservar las esperanzas incluso en las situaciones más desesperadas”.
En estos tiempos nublados, los problemas sociales se cronifican, las consecuencias perversas de la modernización permean la vida privada y la acción social. Los períodos armónicos son breves, y las tendencias hacia la deshumanización -descritas por Weber como el reinado de la racionalidad formal y de la burocratización del mundo- se acrecientan. Las instituciones y organizaciones humanas públicas y privadas, y no sólo las mercancías, parecieran haber adquirido vida propia, se han hecho autónomas, y escapan al control de las sociedades, como en el cuento del aprendiz de brujo. “El horror económico” como decía Rimbaud, nos embarga, y se ha dicho que “la economía está contra la sociedad”. Los ámbitos de libertad se reducen en las sociedades actuales, especialmente en el del mundo periférico. Estamos dejando de ser sociedades disiciplinarias, como las que describió Foucault, para convertirnos en “sociedades de control”, en las cuales las coerciones directas y explícitas van siendo sustituidas por diversificadas y eficaces estrategias desterritorializadas de condicionamientos, Deleuse dixit. En este horizonte, las lógicas del poder, del dinero, y de la eficacia tecnológica parecen no tener límites en su expansión. Como lo ha mostrado Hinkelammert, la destructividad del sistema económico y social vigente se expresa en una crisis ambiental creciente, en el deterioro de la sociabilidad y en la creciente desigualdad.
En contraste, esta época es la de mayor desarrollo científico en la historia, tanto en las ciencias formales, como en las naturales y sociales. Se dice que actualmente viven la mayor parte de los científicos que ha habido desde los inicios de la historia de la ciencia, y nuestro conocimiento de la naturaleza, así como del hombre y la sociedad, es el mayor en toda la historia de la humanidad. La primera revolución industrial del vapor y el carbón, fue seguida por la revolución de la electricidad y, en las últimas décadas, por la de la microelectrónica, la computación y la bioingeniería. Este desarrollo tecnológico y de la producción agrícola permitiría, por primera vez en la historia, alimentar a toda la humanidad, y satisfacer sus necesidades básicas de vivienda, salud y educación, con sólo una parte del gigantesco gasto militar anual. Sin embargo, lo impide la concentración de la riqueza a nivel mundial y las lógicas de poder nacional.
Los períodos de crisis casi siempre han sido intelectualmente fructíferos. La pérdida de certezas, el envejecimiento de concepciones consagradas, el derrumbe de teorías, las dudas acuciantes, el cambio de los mapas cognitivos, todo ello obliga a repensar, a explorar, a elaborar nuevas respuestas. En el siglo XX, desde ese ambiente cultural, han surgido y se han desarrollado las más diversas formas de representación y de pensamiento sobre el hombre y la sociedad.
Muchas de ellas, en las ciencias sociales como en la filosofía y teología, pretenden legitimar el (des)orden existente. Replican en sus propios juegos de lenguaje la facticidad de la realidad, presentando lo existente como “el mejor de los mundos posibles”, y por su carácter radicalmente antiutópico niegan que “otro mundo sea posible”. Otras formas de pensamiento conservador continúan siendo ideologías, en el sentido clásico, es decir discursos que contienen valores universales y utopías alcanzables, según ha explicitado Hinkelammert. De este modo, las ideologías contemporáneas economicistas, tecnológicas u otras continúan prometiendo un mundo de prosperidad para todos o casi todos, un mundo armónico y perfecto donde los conflictos humanos desaparecerán.
Paralelamente, en Europa, Estados Unidos y América Latina, durante el siglo XX, hicieron su aparición y se han desarrollado diversas corrientes de pensamiento humanista, crítico e innovador, tanto en filosofía, ciencias sociales como en teología. Se puede mencionar, por ejemplo, la filosofía humanista y dialógica de Dewey, Buber, Echeverría, Habermas, Levinas Maritain, Ricoeur y otros; las ciencias sociales críticas de Bourdieu, Baumann, Beck, Chomsky, Hinkelammert, Lechner, Horkheimer, Quijano, de Sousa Santos, entre otros; la teología de Boff, Comblin y Gutiérrez. Asume una especial relevancia en este número de la revista, dedicado al tema de persona y humanismo, la psicología humanista de Fromm, Goleman, May, Maslow, y en especial de Rogers.
El tema de la persona surge en la filosofía griega clásica con el epicureismo y el estoicismo, en el período de la crisis de la polis y la República Romana, como una intuición no plenamente desarrollada sobre la individualidad del hombre que trasciende su pertenencia al cosmos y a la polis, es decir su ser natural y político, según lo ha expuesto Ferrater-Mora. El concepto de persona fue elaborado teológicamente por el cristianismo, en los primeros siglos, para referirse a la “persona” de Cristo diferenciándolo de su “naturaleza”. Se estableció que Cristo tenía una doble naturaleza, divina y humana, pero sólo una “persona”. Para Agustín de Hipona cada una de las Personas divinas de la trinidad posee su propia “intimidad”, como experiencia e intuición. Para Boecio “la persona es una substancia individual de naturaleza racional”. Tomás de Aquino dice que la persona es una substancia individual. En síntesis, en la tradición cristiana la persona es un ser “por sí” independiente e incomunicable, pero a la vez en relación con Dios -de donde proviene- y con los otros. Leibnitz conserva el sentido metafísico del término de la filosofía medieval, y dice que persona es un ser pensante e inteligente que tiene una experiencia de su identidad como mismidad en el tiempo y en los lugares.
Actualmente, se suele diferenciar entre “individuo” y “persona”. Mientras el primer término se aplica a una unidad compleja de carácter psicofísico, definida por diferencia frente a otro individuo, el cual puede estar determinado; la persona no es reductible a su realidad psicofísica, o al menos no enteramente, y es un ser libre. Más aún, consiste en su libertad. De ahí la importancia de lo ético en la constitución de la persona. Por ello es que mientras el concepto de individuo es de carácter descriptivo, el de persona posee una dimensión normativa. Para Kant, la persona en cuanto “personalidad moral” es “la libertad de un ser racional bajo leyes morales”. Es un fin en sí mismo y no un medio, y no puede ser “sustituida” por otra.
El concepto de persona se ha extendido a las ciencias sociales y a los estudios éticos. Frente a la referida deshumanización de las organizaciones, la creciente pérdida de autonomía e instrumentalización a que estamos sometidos, el concepto de persona constituye la reafirmación de la calidad de sujeto, y de nuestra subjetividad. Asimismo, los seres humanos, más que nunca en nuestra historia, tenemos conciencia de nuestra individualidad, de nuestra singularidad, de nuestros derechos, condición que fue hecha posible por el avance de la existencia social. Vivimos en un planeta en el cual las distancias y las fronteras naturales y artificiales -que fueron en el pasado obstáculos casi infranqueables para incrementar las relaciones entre los seres humanos- han sido superadas por el extraordinario avance de las tecnologías de comunicaciones y de transporte. Podemos ver y “sentir” en tiempo real lo que viven y sienten seres humanos en cualquier punto del planeta. Sin embargo, a la vez, como nunca antes en la historia de la especie, estamos separados y desconectados unos de otros, y viviendo cada cual aislado en su propio mundo interior, transitando a lo más esporádicamente por el mundo del otro, en una “modernidad líquida” caracterizada por la levedad de las relaciones y la fragilidad de los lazos humanos, como lo señala Baumann, y quizás olvidándonos del origen social de nuestra humanidad, esto es, de nuestra propia condición de persona.
De allí que, partiendo de una iniciativa de la Unidad de Investigación Centrada en la Persona (formada por investigadores de distintas disciplinas y orientaciones, y con sede en el Departamento MIDE de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, Universitat de Valéncia) decidimos dedicar nuestra “Lente de Aproximación” a presentar un conjunto de artículos de investigadores que asumen el “Enfoque centrado en la persona”, y que buscan desde esa perspectiva aportar a la resolución de conflictos. Con ello pretendemos hacer una pequeña contribución a los significativos cambios epistemológicos que las ciencias positivas están experimentando, así como a los debates actuales en torno a las tensiones entre seguridad y libertad, y entre comunidad e individualidad.
Como se sabe, dicho enfoque fue elaborado por Carl Rogers, destacado psicólogo norteamericano, quien denominó de este modo su particular visión de las interacciones humanas. Él no pensaba que ésta fuera sólo una teoría, aunque le dio una rigurosa formulación científica. Por ello, formuló su concepción del éxito de la terapia en una hipótesis sobre sus condiciones necesarias y suficientes, como lo muestra el artículo “Preguntándose para responder. La posición ética y el reto de la terapia centrada en la persona y sus «condiciones necesarias y suficientes” de Peter Schmid. Más aún, realizó valiosas observaciones y experimentos sobre las prácticas terapéuticas para contrastar sus hipótesis sobre las referidas condiciones.
Asimismo, Rogers rechazó siempre que el referido enfoque fuera considerado sólo una técnica que podría aprenderse mediante un entrenamiento. Pensaba que las condiciones de acogida, escucha incondicional, integridad, y serena empatía -que requería asumir el terapeuta como facilitador para crear una ambiente favorable a la activación de las capacidades de autocuración psicológica, de “actualización”, de los clientes- no podían aprenderse como una técnica, y que sólo podían provenir de un alto grado de madurez del terapeuta. Consideraba que el “enfoque centrado en la persona” era aplicable no sólo a la relación terapéutica, sino a las diversas formas de interrelación: de pareja, laborales, educativas e incluso en las difíciles relaciones entre grupos étnicos diferentes y en conflicto. Sostuvo que su enfoque era “una filosofía de vida” e incluso explicitó las similitudes que tenía con el taoísmo y el budismo zen y, podría agregarse, con algunas formas de cristianismo.
Quizá su concepción tan profundamente optimista no permite comprender (satisfactoriamente) la fuerza y persistencia de los impulsos destructivos que presenta la conducta de muchas personas, como sí lo hace el psicoanálisis freudiano, la teoría de los guiones de Berne o la psicología budista. Asimismo, como se ha señalado, Rogers no consideró las condiciones psicosociales que bloquean u obstaculizan el desarrollo de las tendencias innatas a la actualización y la resolución armónica de los conflictos emocionales. Asimismo, como señala Schmid, no explicitó (suficientemente) que “la revolución de la persona” que creyó que ya había comenzado a mediados de los setenta, implicaba una profunda transformación ética, no en el sentido “moralista”, sino de un cambio profundo de desarrollo de la compasión y responsabilidad del terapeuta –y en cierta medida del educador-, frente al dolor del otro, De ahí que este enfoque, que no es en modo alguno un sistema cerrado de “verdades”, está abierto a las concepciones filosóficas como la de Martín Buber de reconocimiento de la interrelación entre mi propio desarrollo y el de los otros, y también a las posturas ético-filosóficas sobre la primacía del Otro de la filosofía de Emmanuel Levinas.
Varios de los artículos que constituyen el tema monográfico de este número muestran el carácter fructífero de la perspectiva rogeriana. Alejandro Celis en “Congruencia, integridad y transparencia: el legado de Carl Rogers” destaca el aporte de la psicología humanista y especialmente de este autor, al explicitar el papel central que asume la congruencia o autenticidad del psicólogo, en el proceso terapéutico así como su importancia como componente de la salud integral de las personas. Celis propone una concepción del autodesarrollo en tres niveles, lo que amplia la conceptualización de Rogers. Francisco José Campos Roselló et alia en su artículo “El problema «0» en la resolución de conflictos. [La no percepción, el no reconocimiento o la no aceptación de la existencia del conflicto]” nos ofrecen un análisis de un “Caso 0”, es decir de un conflicto entre los profesores y dos niños de un colegio, en el cual los adultos no reconocían su existencia. Los psicólogos que intervinieron, mediante una actitud empática de escucha, lograron que los educadores reconocieran y aceptaran que había un conflicto con esos escolares, lo que permitió su resolución.
En “La percepción del conflicto por los educadores y sus implicaciones en los estilos de resolución de conflictos”, Juan A. Castro et alia analizaron una amplia muestra de 359 profesores de enseñanza no-universitaria respecto a la semántica de los conflictos y las estrategias para enfrentarlos. El estudio muestra el predominio de una visión negativista de los conflictos, pero cierta positividad en su pragmática. Antonio Elizalde Hevia et alia, en su estudio “Una revisión crítica del debate sobre las necesidades humanas desde el enfoque centrado en la persona”, realizan un examen de las principales teorías sobre las necesidades humanas -entre ellas las de Maslow-, revisan las publicaciones recientes en el tema y las evalúan con una mirada sistémica y fenoménica, desde un enfoque centrado en la persona.
J. Marques-Teixeira en “El Programa del sistema de ayuda centrada en la persona de grupos sociales excluidos. Antecedentes teóricos y procedimientos” describe el referido programa que se elaboró y aplicó en la ciudad portuguesa de Oporto, para facilitar el acceso a la salud física y psicológica, y la reinmersión social de grupos de marginados que “cuidaban” automóviles, el cual estuvo basado en la perspectiva del enfoque centrado en la persona. Miguel Martínez Mígueles en su “Fundamentación epistemológica del enfoque centrado en la persona” expone las profundas transformaciones que experimentaron las ciencias naturales como las humanas, durante el siglo XX. Nos encontramos en presencia de una nueva cientificidad. El enfoque de Rogers y otros es parte de ella, y procura mejorar y armonizar la psicoterapia, la educación y las relaciones interpersonales y sociales.
Abraham Magendzo en “El ser del otro: un sustento ético-político para la educación” señala que hemos olvidado el ser del otro en una sociedad individualista que enfatiza incansablemente el ser del yo. La modernidad ha subsumido el ser del otro a una anomia. En la teoría política, el ser del otro es visto de modos muy diferentes en “el paradigma liberal” y en el comunitarismo. Con Levinas el ser del otro es mostrado desde la alteridad, y se manifiesta asimismo en la diversidad y en la ética de la interculturalidad. Por su parte, María Teresa Pozzoli en “El sujeto de la complejidad. La construcción de un modelo teórico transdisciplinar (eco-psico-socio-histórico-educativo)” expone las características del sujeto en el pensamiento complejo, considerándolo “como un emergente de un modelo teórico transdisciplinar”.
A estos hemos agregado otros trabajos en los cuales se profundiza la mirada, provenientes de la reflexión filosófica sobre la persona, referidos a Maritain y Ricoeur. Ambos pensadores provienen del humanismo católico, aunque sus concepciones sobre la persona, especialmente la de Ricoeur, podrían ser asumidas por los no-creyentes. “La concepción de persona en Jacques Maritain. De la noción de individuo a la libertad personal” de Arturo Díaz busca ofrecer una síntesis de la concepción de este pensador sobre el hombre como persona, con su dignidad irrenunciable, como miembro activo de la sociedad y del orden político, en las cuales debe asegurar y profundizar su libertad. Teresa Ríos en “El lenguaje de la escucha en la formación escolar de los jóvenes de sectores populares: Una hermenéutica basada en la filosofía reflexiva de Paul Ricoeur”, expone su investigación de tesis de doctorado que muestra la separatividad entre el mundo de los estudiantes secundarios de liceos populares y el de los adultos. Su metodología se basó en la hermenéutica de Ricoeur, que comprende “el acto de escucha desde el propio sujeto, quien narrándose, se escucha, y escuchándose, se comprende a sí mismo, conectándose con el sentido de su vida escolar”.
En “Cartografías para el futuro” presentamos el artículo de Luis Razeto que expone un “Modelo de Optimización Social de Cobertura y Calidad”, el cual propone precisar cuál es la mejor combinación de mercado y Estado para “maximizar la cobertura y optimizar la calidad de las prestaciones que ambos sectores ofrecen a la población, para satisfacer sus necesidades de educación, salud, vivienda, etc.” A juicio del autor, no es posible determinar dicho óptimo social, si no se integra al modelo “un tercer sector, que se identifica como sector solidario”.
“Proyectos y avances de investigación” contiene cinco artículos. El primero de Raiza Andrade y Luz Marina Pereira González se refiere a “Las fárbices caórdicas. Nuevos lenguajes organizacionales en la era de la complejidad”. Las autoras aseveran que los lenguajes organizacionales tradicionales “resultan insuficientes para alcanzar la posibilidad de ser éticos, sensitivos y rentables en el día a día. Las organizaciones que aprenden, concebidas como sistemas complejos, deben ser autoconscientes y estar en procesos de construcción y deconstrucción permanente que posibiliten el desarrollo de valores para un ambiente de trabajo dinámico y potenciador”. Por ello proponen, desde “el paradigma de la complejidad”, un nuevo modelo de resonancia sinérgica con el contexto de la globalización, que permitiría realizar los referidos valores, y al que denominan “fárbices caórdicas”.
“Reconsiderando las alternativas sociales en México rural: Estrategias campesinas e indígenas” de David Barkin expone que muchos mexicanos están volviendo a acudir a formas tradicionales de cooperación, especialmente en la agricultura, para funcionar mejor en el ecositema y mejorar su calidad de vida.
Por su parte, Hermes Benítez en “Democracia y socialismo” se plantea la cuestión de si la conflictiva relación que se dio entre democracia y socialismo durante el siglo XX, se debe a una incompatibilidad de principio entre ambos o más bien fue el resultado de las condiciones históricas en que se intentó realizar el socialismo. El estudio permite concluir que “la historia de las relaciones entre capitalismo y democracia estaría mostrando, no que el capitalismo tendería simplemente a favorecer el desarrollo de formas democráticas de gobierno, sino que éste se ha asociado siempre a sus expresiones oligárquicas y elitistas. Si bien es cierto que en su relativamente corta existencia histórica el socialismo ha aparecido asociado a manifestaciones políticas autoritarias y antidemocráticas, ello no significa que éste sea esencial y necesariamente autoritario”.
Carlos Donoso Rojas en su estudio sobre la Independencia Chilena, “La idea de nación en 1810” muestra que en los textos de los miembros de la Primera Junta de Gobierno no se expresa una clara voluntad independentista, aunque podría afirmarse que en sus proyectos de defensa y de reforma de la educación colonial están los gérmenes del pensamiento de un nuevo Estado-nación. La interpretación del autor es que dicha Junta, aunque no fue revolucionaria, en su formación fue un quiebre en nuestra historia institucional.
Ana Esmeralda Rizo López en su artículo “¿A qué llamamos exclusión social?” muestra que dicho concepto -y los significados principales que se le han atribuido- se relacionan con “un contexto histórico económico y social determinado, claramente europeo”, y clarifica sus diferencias “frente a conceptos y teorías que en algunos casos se asemejan. Nos referimos a la pobreza, la marginalidad, la informalidad o la dependencia”. El texto presenta, asimismo, “una tipología de excluidos”, precisando sus agentes, causas y estrategias con que se le ha enfrentado. Un ejemplo es el programa del sistema de ayuda centrada en la persona de grupos sociales excluidos, expuesto en este mismo número por Marques-Teixeira.
En la sección “Bosquejos para una nueva episteme” se recupera un antiguo texto de Carl O. Sauer publicado en 1925, titulado “La morfología del paisaje”. En éste el autor busca definir el ámbito de la geografía como disciplina científica, cuyo objeto es el de “establecer un sistema crítico que abarque la fenomenología del paisaje, con el propósito de aprehender en todo su significado y color la variedad de la escena terrestre, buscando organizar los campos de la geografía como ciencia positiva”.
Finalmente, en “Comentarios y reseñas de libros”, Felipe Portales escribe sobre el libro recientemente editado sobre Las muertes de Allende de Hermes Benítez; Cecilia Palma comenta el libro Viviendo la Poesía, editado por Luis Weinstein, y Raúl Rupailaf aborda el libro de Patricia Junge, La mirada com-unitaria.